Estela Gómez me cuenta que lleva como nombre, un sustantivo y como apellido, uno muy común. Que ella hubiera preferido llevar como apellido Joga, como su madre y su abuela, de las que aprendió todas esas cosas que necesitan ser aprendidas, como que las manos cuidan y que también escriben. Quiso compartir conmigo la palabra chendita, una palabra que lleva en sus manos bordada. Ella, chendita, heredera de esta particular forma de llamar a su familia en su aldea, nos habla de vínculos, de redescubrimientos y de lo que significa ser para su familia la luz de un nuevo futuro de libertad, esa que aquellos que trabajaron tanto y desearon tan fuerte para los que venían después. Como escribe Estela, un futuro que solo podía ser bueno por todos los chendos y chendas que prepararon la vereda por la que ella hoy camina, creciendo y dando vida a esos nombres nuevos que vienen de las cosas más antiguas.
¿Qué significa para ti la palabra chendita? ¿Qué despierta? ¿Cómo ha sido tu relación con ella? ¿Ha habido alguna especie de redescubrimiento o de nueva forma de relacionarse con ella?
No recuerdo cuándo fue la primera vez que me llamaron «chendita» porque desde bien pequeña pasé muchos veranos en mi aldea y no todos se me quedaron grabados, ya me gustaría. Sí sé que mi madre era «chenda» porque «chendo» fue su padre, y también el padre de mi abuelo, y así hacia atrás en la línea de las generaciones y ni siquiera en mi familia sabemos cuándo empezó eso de los chendos y las chendas ni cómo fue exactamente. A mí no me quedaba otra que ser «chendita», claro, tradición familiar, supongo, y cuando llegaba al pueblo entendía que me había tocado que me llamasen así y no había vuelta de hoja. Lo entendía aunque a veces no entendiese bien todas las palabras de aquel galego de eses infinitas tan cerrado y tan bravo que salía por las bocas de mujeres de manos llenas de bosta de vaca, galego ancestral que no enseñaban en el colegio y que a mí me parecía algo mágico e incomprensible porque venía de otro mundo que no era el mío: mi mundo el de la ciudad gris e industrial toda ella que quedaba tan lejos de aquellos caminos y de aquellas casas de piedra con cuadra en la planta baja. Yo no entendía aquel galego del todo, pero sí entendía que iba por mí eso de «esta é unha chendita» o aquello de «por aí vén a chendita». Lo entendía y me daba una rabia que no veas, me lo tomaba a burla y pensaba que se metían conmigo. Claro que por aquel entonces no sabía que «chenda/o» empezó como un apodo familiar y acabó sustantivándose, que era una cosa buena, un apodo cariñoso, un mote, una medalla incluso.
¿Dónde pasó esto de los chendos y las chendas? En mi aldea, Boado, un pueblo pequeñito que en el mapa se marca en Xinzo de Limia, Ourense. «Boado» palabra céltica ‘bed’/‘bud’, que significaba «agua parada, charca, fuente», que significa para mí «río». En Boado hay muchas fuentes, más de veinte en algún momento, dicen, también un río lleno de sanguijuelas, y yo supongo que Boado significará todo eso del agua porque o te empapas, o vas a la fuente, o te bañas en el río o te mueres de calor en los mediodías de agosto, pero esto ya es cosa mía.
Lo de «chendita» lo odiaba y por eso mismo lo borré y a mi mente no volvió más. No volvió más nunca en muchos años hasta que en una comida familiar hace unos meses le pregunté a mi abuelo, Perfecto, por algunas palabras y tradiciones del pueblo, y entonces de repente en mi cabeza todo el lío de las chendas y los chendos. En la sobremesa no sacamos conclusiones y no supimos afirmar de dónde viene «chendita», pues, como a muchas otras cosas en Galicia, a las palabras a veces también las envuelve el misterio. Creemos que el primer «chendo» fue el abuelo de mi abuelo y que ese nombre empezó como un apodo familiar que los del pueblo colindante, Pidre, le pusieron porque era un buen hombre. A mí me entró toda la intriga del mundo por saber de dónde viene la palabreja en cuestión y busqué como loca etimologías y orígenes. Lo único que saqué en limpio es que en Cuenca, Ecuador, «chendo» significa «mentira». ¿Es probable que la palabra viniese de los galegos emigrados que volvían, indianos y triunfantes algunos y otros pobres como ratas pero con un traje nuevo bien vistoso, al pueblo? Sí, es probable. ¿Es probable que la retranca galega le diese media vuelta a esto de la mentira y la convirtiese en verdad, en algo bueno, en un apodo para la buena gente? No lo sé, pero me gustaría pensar que sí. Si alguien sabe la verdad en esta mentira que se cuenta de boca a boca en un morreo infinito, de generación en generación en un cuento que cada vez es más largo, que me la cuente. Soy todo oídos.
Antes lo de «chendita» a mí nada de gracia; ahora todo nostalgia, todo amor, todo pum-pum y el pecho como loco. «Chendita» para mí es redescubrimiento, es tirar de las raíces y sacarlas de la tierra para ver sus formas, es comprender el por qué de que cada vez que aparecía yo por el pueblo se abriesen todas las despensas y de ellas me sacasen solo para mí chorizos, y pan, y jamón, y alguna Fanta en botella de cristal; y me freían patatas y las metían también en el horno y me llamaban «chendita» porque querían tenerme contenta, porque yo era el progreso entonces, un futuro del mismo color blanco que debe tener la libertad por dentro: un futuro que solo podía ser bueno, bueno como los chendos y las chendas que vinieron antes de mí y me desbrozaron el camino.
¿Por qué es importante para ti nombrar, usar o poner en valor esta palabra?
Es importante usarla hasta gastarla para que no se pierda. Ahora mismo mi hermano, Samu, y yo somos los últimos chenditos. No sé si habrá más chendos o no, eso lo dirá el tiempo, pero nosotros tenemos la responsabilidad de que la palabra no se pierda; la palabra que más que una palabra es una tradición entera. No me gustaría que una palabra tan linda, tan irónica, tan salvaje cayese en el olvido. Si queréis ayudarme, os la presto y que viva en la boca de todos y salte por ahí como loca.
¿La usas fuera de tu aldea?
Lo cierto es que hace poco que esta palabra ha vuelto a mi imaginario y estoy reconciliándome con ella. No ha hecho falta mucho, porque desde que la recordé ya somos muy amigas. No dudaré en usarla a partir de ahora; no dudaré en usar esta palabra grandísima y muchas otras que dicen mucho más de mí que esas palabras tan tiesas y tan pequeñas que me enseñaron los libros de texto.
Estela Gómez, Vigo, 1992. Estudió Grado en Lengua y Literatura Españolas en la Universidad de Santiago de Compostela y Máster en Edición en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. En la actualidad abre textos en canal, les saca lo de dentro afuera y luego les mete lo de afuera para dentro de vuelta y los deja listos para ir a la verbena con sus vestidos de colores y sus zapatos recién lustrados. Es esta una forma poética de decir que trabaja como correctora literaria en varias editoriales nacionales y también como redactora en revistas locales, como A Movida Vigo o Dot Galicia. Habla sobre libros en la radio en Cíes Podcast y sus textos han sido publicados en medios como Obituario o Madera Berlín. En julio de 2021 formará parte de la primera Residencia Literaria de la Ciudad de la Cultura en Santiago de Compostela.
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